No puedo ser objetivo con este autor su obra desde que lo ví la primera vez me ha fascinado, me fascinó viendo un libro de fotografías suyo, pero no es lo mismo, solo un espejismo de lo que estas imágenes ofrecen a tamaño real, piezas que pueden alcanzar y superar los dos metros.
En un primer momento sorprende la cantidad de detalles y los colores de sus imágenes, estos detalles obligan al espectador a acercarse, los seduce con un mundo en miniatura, una tentación de la que no podemos escapar. Como en los cuadros góticos,
el espectador se introduce en un mundo representado y como un pequeño dios lo observa todo desde la seguridad que da la distancia. Un mundo casi microscópico, de una calidad técnica que no parece humana.
Un mundo de colores, ordenado, y sin embargo caótico.
Este dominio técnico, así como el punto de vista que toma para la imagen, el uso del ritmo como generador de texturas, y el espíritu de aquella escuela llamada nueva objetividad alemana
que impregna toda su obra, no en vano sus profesores fueron Hilla y Bernd Becher, han llevado a que la crítica lo considere un autor frío, su obra nos atrae y sin embargo planea sobre ella el espíritu de un taxidermista.
La mirada de un director de escena en esto que llamamos teatro del mundo, pero con el rigor en su confección de un científico, un entomólogo que muestra y no toma partido (aparentemente).
En la fría rigidez de la geometría, en la aparente perfección de las cosas, el ser humano se muestra siempre por acción o por omisión, se le reconoce por sus obras hermosas y terribles como los cuentos de Borges, y sus laberintos.
La obra de Gursky nos describe, no es una narración, no es una novela, no pretende ser onírico ni crear poesía, solo mira y nos muestra, solo nos hace ver.